
Traducido por Laura Dourado
*Esta es una de las investigaciones patrocinada por el Programa de Becas de Reportajes de la Revista AzMina que has ayudado a hacer realidad.

–Cariño, voy a hacer esta maricona carcomida pues él aceptó pagar R$ 40 por una mamada. ¡En serio, ahora en la crisis, nadie acepta pagar eso! ¡Espérame que soy rápida!
Mi guía travesti corre hacia el auto del macho viejo y desaparece en la oscuridad de las calles del centro de Guarulhos, São Paulo. Mi estómago queda leve y asciende – estoy segura de que nunca sentí tanto miedo en mi vida.
Estoy en un sitio sólo para prostitutas y travestis y ella se aseguró de hacerme parecer una antes de salir de casa, pintando mis labios rojos, cejas arqueadas y mejillas y párpados en tonos llamativos. Para tener el reportaje, mi misión es parecer puta – y no ser descubierta.
En menos de cinco minutos, un motociclista empieza a rodearme. Se retira el casco, dice que soy hermosa, el deseo goteando de los labios. Pregunta el precio del programa. Yo sabía la estrategia, ya que mi intención no era, de hecho, hacer cualquier programa, sólo sumergirme, invisible, en aquel mundo: cobrar alto, mucho más que el precio del mercado local, para que los propios clientes me rechazaran.
– Doscientos, querido.
Sus ojos saltaron. Para mi desesperación, él abre la billetera y empieza a contar los billetes en la cabeza.
– Es costoso y ahora no los tengo, pero tú vales la pena. ¡Eres tan bonita y femenina! Conseguiré ese dinero y regresaré al final de la noche para gastarlo todo contigo.
– Ay, cariño, pero ya estoy cerrando la noche, trabajé demasiado hoy.
Él enfrenta mi frase casi como un rechazo y me mira de una manera tan lasciva y ávida que empiezo a planear cómo correr si intenta violarme. “Dios mío, hará el primer movimiento”, temo. La tensión dura unos minutos mientras nos miramos en silencio, yo con una sonrisa falsa congelada en mis labios y el coraje que no sé de dónde vino atascado en la mirada. Por fin, él se da por vencido y se va, prometiendo volver más temprano otro día.
Cuando mi colega vuelve, veinte minutos después, con los cuarentita felices en el bolsillo (que aseguraran el desayuno de toda la semana), le cuento lo que pasó. Ella escucha como si nada hubiera ocurrido y dice:
– “Cerca de aquí, un día, yo estaba charlando con una travesti mientras esperaba clientes, y un tipo apareció disparando con una pistola”, cuenta Marilac. “De repente, vi la chica a mi lado cayéndose, con una bala directo en la frente. Y el tipo ni la conocía.”
“¡Solo es a favor de criminalizar los burdeles quien nunca trabajó en la calle!”, arrebata.
Seguimos nuestra peregrinación noche adentro. Estamos entre cuatro frentes de tráfico de drogas. Mientras caminamos, ella me lleva por sus cuentos de mil y una noches por allí. Cuentos que presenció y que las otras confirman en relatos consistentes con su historia.
En la esquina donde el motociclista se acercó a mí, es común que niños pasen tirando piedras a las prostitutas. Ninguna razón mas que el odio. Mientras caminamos por la calle, las personas apuntan, ríen, maldicen. No porque parezcamos putas, sino porque ellos nos ven como trans – y, tal vez, porque presumen que las dos cosas sean una y la misma.
Adelante, en aquel callejón, Luisa Marilac, que trabajó allí por años antes de que se volviera Youtuber y columnista de la Revista AzMina, fue violada con un arma de fuego en la cabeza cuando volvía de su trabajo. Para no correr el riesgo del que el tipo disparara sin querer mientras eyaculaba, hizo de cuenta que le estaba gustando, desvió el revólver lentamente, dejándolo terminar mientras hacía falsos gemidos.
Allá mismo, una travesti mató a otra, descargándole todas las balas que tenía, y la policía ni siquiera investigó quién había sido, solamente llevaron el cuerpo al Instituto Médico Legal. Nadie tocó el tema nunca más. Más tarde, un travesti tuvo la suerte de sobrevivir a siete cuchilladas. Y detrás de donde estábamos, había un local en dónde trabajaba la “jefe de las prostitutas” que mandó matar, por asunto de deudas, a una muchachita a quien, instantes previos, había tratado de “querida”.
Sí, jefe de prostitutas en la calle. En Guarulhos, según docenas de personas que practican la prostitución, es necesario pagar alrededor de R$ 30 (US$ 9,52) al día para utilizar un espacio en la calle para prostituirse – los valores pueden variar un poco dependiendo de si se trata de una mujer, travesti u hombre y si se encuentra más o menos dentro de los patrones exigidos de belleza. Como el costo del trabajo varía entre R$ 5 (US$ 1,59) y R$ 50 (US$ 15,90), es necesario trabajar mucho solo para tener con que pagar la “renta de la calle”. A quien no paga, le pegan o lo matan. Una “jefe” asume el poder cuando lo toma por la fuerza.
Y no se puede olvidar la inversión en el propio cuerpo: allí, quien no puede pagar un cirujano plástico con licencia desregularizada, debe pagar a la “jefe” para que le inyecte productos de limpieza de autos o lubricantes de avión en los senos y en las caderas. Lentamente, para que no se muera.
Marilac cuenta que la “jefe” actual, una vez, metió la aguja tan adentro que llegó con la “silicona casera”, como ellas la llaman, al corazón de su amiga María, una travesti de buen humor y de vocecita aguda que no sobrevivió para mostrarles sus nuevos senos a los clientes.
En una noche ya se entiende porque tantas de ellas mueren tan jóvenes – poniendo la expectativa de vida de las travestis y transgéneros brasileñas para los 30 años, según estima el grupo de activismo carioca Transrevolução. No hay datos del IBGE sobre la cuestión.
Thalia, Jesse, Micaela, Maria. Todas muertas por las calles. Y más. Y más. Y más.
Por medio de una nota, la Policía Civil de Guarulhos afirmó que todos los casos de asesinatos son “investigados con la misma diligencia y precisión, independientemente del género, orientación sexual, actividad que realiza o condición social de la víctima”. Añadiendo que, en los últimos cuatro años, solo dos muertes de travestis fueran investigadas, pero solo una resultó en prisión para el culpable.
La polémica

En el mundo del feminismo y de los derechos humanos, todos se sensibilizan con el drama de estas mujeres. De las 40 millones de personas que se prostituyen en el mundo, 90% están ligadas a chulos, según la Fundación Scelles, un centro de pesquisa internacional que lucha contra la prostitución. Mientras la realidad muestra que ni siempre los chulos son exploradores – muchas trabajadoras sexuales los ven como agentes o socios comerciales – si la actividad ocurre en el margen del sistema, las chances de la constitución de relaciones laborales exploratorias o violencias físicas se multiplican.
Pero hay muchos desacuerdos sobre la mejor manera de ofertar a las profesionales del sexo seguridad y dignidad. En algunos rincones del mundo, se resolvió por tipificar para frenar (una parte del mercado o todas ellas); en otros, legalizar; aún en otros, sólo despenalizar. El video abajo explica las diferencias de estas tres formas de tratar la prostitución.
El tema genera pasiones en escala mundial – y cuando la Amnistía Internacional liberó un informe, en 2016, recomendando la despenalización como el mejor escenario para la defensa de los derechos humanos de las prostitutas, feministas cambiaran gritos y ofensas en conferencias.
De un lado, las defensoras del fin de la prostitución, conocidas como abolicionistas, afirman que eso se trata de una mercantilización indigna del cuerpo y de la sexualidad de la mujer que debería ser combatida por la sociedad. Y que no podemos aprobar que mujeres en situación de desespero económico (la mayoría de las prostitutas) sean utilizadas por hombres y chulos.
“Este argumento [pro legalización] está basado en una visión liberal, centrada en el individuo y sus decisiones en el mercado, sin llevar en consideración las relaciones políticas y de poder involucradas”, escribió a la Revista AzMina la psicóloga Nalu Faria, de la Marcha Mundial de las Mujeres.
De otro, las defensoras de la legalización afirman que tentativas de frenar la prostitución han solamente dejado a estas mujeres más al margen de la sociedad y que es necesario traerlas a la legalidad para que ellas encuentren más seguridad y puertas de salida. Afirmando aún que calificar la venta de servicios sexuales como degradante es, al menos, equivocado en un contexto capitalista en que todo el mundo tiene que vender alguna habilidad para sobrevivir.
“Esta repetición agotadora sobre la mercantilización de los cuerpos no encuentra mucho eco entre nosotras, trabajadoras sexuales”, defiende Monique Prada, presidenta de la CUTS (Central Única de las Trabajadoras y Trabajadores Sexuales).
“Para nosotras es muy claro que vendemos servicios – nuestra fuerza de trabajo convertida en mercancía, y nunca nuestros cuerpos”.
En Brasil, las principales organizaciones de prostitutas se oponen a cualquier manera de penalización, sea de clientes o de personas que obtienen lucros a partir del trabajo de profesionales del sexo. Amara Moira, prostituta, travesti y autora del libro “E Se Eu Fosse Puta” (“Y Si Yo Fuese Puta”), explica que, si la ley penaliza el trabajo en clubes y burdeles, queda para las prostitutas solo la vulnerabilidad de las calles o de las casas ilegales.
“Claro que también existen abusos en las casas, pero estos abusos ocurren especialmente porque la actividad es ejercida al margen de la ley, con la participación, incluso, de las fuerzas policiales y del crimen, abusos que podrían ser prevenidos en caso la actividad pudiera ser ejercida con el apoyo de la ley y garantías laborales para las profesionales del sexo”.
Ilegalidad y legalidad
El entusiasmo inicial que la prostitución tenía propiciado para Rachel, se hubiera convertido en tráfico sexual, dolor y adicción. Su explorador la tenía muy bien atada en deudas y manipulación psicológica. Jamás la dejaría irse. La salida solo vendría por medio de una bala en la cabeza, que ella había comprado aquella mañana, con la facilidad posible solo en los Estados Unidos, y recibió como amiga. El hijo estaría mejor sin ella. El mundo se libraría de más una basura humana.
Tiró el día para prepararse para morir.
Amortiguar el dolor con drogas, vivir la rutina y sentir que era solo inescapable. Ya no se reconocía, no tenía más alma. Entonces Débora* entró por las puertas del club con una pequeña carpeta en la mano y ofreció para ella una beca en una clínica de recuperación para víctimas del tráfico sexual.
Instalación artística ‘The Journey Against Sex Trafficking’ en Londres. Foto: Reproducción”Es un milagro que yo haya sobrevivido”, refleja Rachel. “Sabes, al principio me sentía empoderada al ser deseada de esa manera. Mujeres, principalmente mujeres hechas jirones como yo, viven en busca de una aprobación. Yo me sentía poderosa: podía hacer que los hombres hagan lo que yo quisiera solo por tener una vagina, era como un superpoder”.
La sensación no duró. Richard, su chulo explorador, fue llegando poco a poco, junto con las drogas. Quería que ella saliera de un cliente y entrase al próximo, en un ritmo agotador. Ella tomaba “multas” por descuidos irrelevantes, como tropezar en el poledance. La deuda fue creciendo, junto con la manipulación psicológica. Atendía hasta cinco clientes por noche, cobrando US$ 1.500 cada. Pero conocía chicas que atendían hasta 15.
“Utilizaba tantas drogas que era violada y solo me daba cuenta a la mañana siguiente. Mi pelo empezó a caer y yo ya no estaba haciendo dinero alguno cuando fui encontrada por Débora”, lamenta.
Rachel trabajaba en Atlanta y su historia es la razón por la cual, actualmente, la mayoría de las instituciones de derechos humanos no apoyan la penalización completa de la prostitución presente en los Estados Unidos. Con miedo de la policía y del Estado, prostitutas son presas fáciles de traficantes sexuales (explicamos el procedimiento en detalles en este reportaje). Un día son libres, en el próximo, esclavas sexuales.
Por eso, los abolicionistas han defendido el modelo sueco, que apuesta en la penalización de los clientes y chulos, como una alternativa. La PhD americana Melissa Farley es una de ellas. Después de investigar el tema en nueve países, entrevistar 854 personas (entre clientes y prostitutas) en cinco continentes, ella evalúa que cerca de 95% de las prostitutas les gustaría dejar el ramo.
“Si ellas tuviesen casa, comida y dinero sin eso, no lo harían”, declara, confiada.
Nadia van der Linde, coordinadora del fondo holandés Red Umbrella de Apoyo a las Trabajadoras Sexuales, tiene una posición diametralmente opuesta y defiende la despenalización como la mejor salida, para que las prostitutas tengan derechos laborales, además de poder procesar con quien sacar provecho de su fuerza laboral. Con una vida dedicada al tema, Nadia no considera ideal ni siquiera el modelo holandés implantado en el año 2000, de regulación, que considera burocrático y excluyente.
“La regulación en Holanda es tan exigente que casi nadie consigue obtener un permiso”, cuenta. “A pesar de que los burdeles y escaparates ofrezcan más seguridad, con la existencia de botones de pánico y otros artificios, en práctica, toda la implementación de la ley ha caminado en la dirección de librarse de las trabajadoras sexuales y no de mejorar sus vidas”.
De hecho, solo 17% de las prostitutas que publican anuncios en internet o en periódicos trabajan en burdeles con el permiso de funcionamiento regulado por la Cámara de Comercio, según un informe publicado en 2010 por el RIEC Noord-Holland, un órgano del gobierno holandés.
Yvette Luhrs, actriz de porno y presidente del PROUD (Sindicato de Profesionales del Sexo de Holanda), añade que solo las prostitutas legalizadas consiguen trabajar en burdeles que pertenecen a otras personas, y no de modo autónomo. “Funciona así: mismo trabajando en un burdel autorizado, necesitas probar que has hablado con alguna autoridad municipal. En los escaparates, es necesario un registro en la Cámara del Comercio”, explica.
“Y como, por la ley, ellas solo utilizan el espacio de las casas y no son empleadas, no tienen derechos laborales. O sea: caen en un limbo social”, lamenta.
Prostitutas holandesas protestan por la despenalización en la manifestación “Día del Amor Pago”. Foto: Cortesía de wijzijnproud.nl
Desamor por los extremos
Entrevistadas de las dos vertientes, todavía, concuerdan que en un mundo sin machismo el número de prostitutas caería vertiginosamente. “Si hubiese justicia y equidad social, no habría prostitución como la conocemos hoy”, dice Melissa, de un lado. “El Trabajo sexual no es para todo el mundo, como ser médico no es para todo el mundo. Es una profesión que demanda calificación y vocación”, afirma Nadia, de otro.
El dato más curioso de las dos opiniones es observar cómo, internacionalmente, la discusión se ha alejado de los dos extremos de regulación estricta o criminalización completa. Para sindicatos y organizaciones internacionales de prostitutas, un modelo ha surgido como interesante: el neozelandés.
Allí, simplemente no hay leyes sobre prostitución. O sea, prostitutas y dueños de burdeles pueden mantener relaciones laborales como en cualquier otra carrera. La Justicia del Labor cuida de las controversias y la policía de los crímenes. “En Holanda, nosotras del sindicato de profesionales del sexo hemos luchado para que este sistema sea implementado por aquí también”, dice Yvette.
El talón de Aquiles del modelo, todavía, está en las inmigrantes, que no tienen los mismos derechos y terminan vulnerables a la violencia y explotación.
Así mismo, el sistema ha atraído mujeres como la carioca Iracema, que desde las Olimpiadas en Rio de Janeiro juntaba dinero para migrar y prostituirse por allá. “Dos de mis colegas ya fueron y yo voy enseguida”, cuenta. “País sin desigualdad, ¿no? Es más seguro”.
Clientes en la cárcel
Analizar el contexto del modelo sueco es desafiador, ya que los dos lados se acusan de manipular estadísticas. La penalización de los clientes empezó a valer en 1999 y, en 2010, el gobierno publicó un extenso informe con los resultados obtenidos en la primera década.
Según él, en este período, el número de mujeres trabajando como prostitutas cayó por la mitad. La proporción de hombres que admiten pagar por sexo cayó de 13,6%, en 1996, para 7,8%, en 2008. Por otro lado, la venta de servicios sexuales vía internet creció. “En verdad, la prostitución no disminuyó, las prostitutas solo migraron para el internet o se escondieron del gobierno para no poner sus clientes en peligro”, contesta Nadia. “Hay también relatos de prostitutas perdiendo la custodia de sus hijos por un verdadero moralismo del gobierno”.
Defensoras del modelo, aún, desafían las afirmaciones de Nadia: “Si los clientes consiguen encontrar a las prostitutas, la policía y el servicio social también consigue llegar hasta ellas”, registró, en un informe, la organización Lobby de las Mujeres Europeas. Y añaden que el número de prostitutas que negocian sus servicios por el internet “es mucho más grande en países vecinos, como Dinamarca y Noruega”.
El hijo menor de los modelos legales
Capitu* no soportaba ver a sus padres en aquella penuria. Ellos se habían enamorado en los corredores del restaurante gaúcho en que trabajaban. Más tarde, él terminó asumiendo la profesión de fontanero industrial. Ella, costurera – hasta jubilarse por invalidez. A los 17 años, la única hija de la pareja había tomado para sí la responsabilidad de resolver los problemas financieros de la familia.
En el burdel en que se presentó para trabajar o en los moteles en que había ido con los clientes, nadie nunca siquiera preguntó su edad. “Mi primer cliente era un profesor de universidad que empezó el sexo anal sin condón o lubricación”, recuerda. “A ellos les gustaba el tipo ‘ninfa’ que yo tenía. Pero yo siempre salía del programa casi llorando, me sentía sucia”.
Fue para evitar que chicas como Capitu (ellas son 2 millones en el mundo) entrasen en el mercado del sexo, entre otras violencias, que Suiza resolvió, en agosto de 2013, crear sus drive-ins. La idea es que fuesen establecimientos seguros, administrados por el gobierno, en que prostitutas pudiesen pagar un pequeño alquiler y atender allí sus clientes, bajo la mirada atenta del Estado.
El gran salto fue centralizar hasta 50 profesionales del sexo en el mismo local para proporcionar condones, tratamiento médico, protección policial y consultoría de trabajadores sociales.
Los drive-ins quedan abiertos todos los días – de domingo hasta miércoles, de las 7h de la noche a las 3h de la mañana, y de jueves a sábado, cuando el movimiento es más grande, de las 7h hasta las 5h. Un año después, tanto el gobierno cuanto el servicio social ya evalúan la experiencia como exitosa.
Cuando cuento sobre este modelo a la holandesa Yvette y pregunto su opinión, ella retruca, en una ironía chistosa:
– ¿Por casualidad hay un lugar como este para periodistas? ¡No! Tenemos que empezar a ver el trabajo sexual como trabajo. Claro que existen profesionales de esta área que vienen de situaciones de vulnerabilidad y es muy bueno que el gobierno promueva este tipo de ambiente en que ellas puedan trabajar de forma segura, pero este no puede ser el estándar.
“No podemos caer en la falsa idea de que toda prostituta, por definición, necesita de asistencia social. No queremos ser siempre vistas como víctimas”.
Prostitutos y “gays for pay”
Él ni siquiera ha cumplido 22. Es negro, ingenuo, habla rápido y tiene ideas desorganizadas (¿serían las drogas?). Tan delgado que los otros prostitutos sospechan el porque no tiene clientela. Así mismo, afirma conseguir cobrar hasta R$ 100 el programa en la Plaza de la República.
– 100?!
– ¡Claro, 100! Es República, mujer, centro de Sao Paulo, ¡centro de Brasil! Y si quieres acostarte conmigo yo cobro 200.
Atracción siente de verdad por la figura femenina, sea en el cuerpo de mujer cis o travesti, no importa. Hombre solo acepta por dinero.
En los clubes gays de los Estados Unidos, llaman su tipo de “gay for pay” (gay por dinero), y los travestis cuentan que ellos consiguen mejores valores por el programa que las chicas – hasta en la prostitución, ¡la diferencia salarial!
Son las dos de la mañana y tres prostitutos más de apariencia viril se aproximan. Borrachos y con botellas de vino barato en la mano. Dicen que no aguantan la noche sin eso o cocaína.
– Depende del día, hay gente que hace programa por cocaína o crack – balbucea un chico hermoso.
Corriendo, más temprano, había venido en nuestra dirección una gay que parecía una muñeca. Quedaba entre la zona de los prostitutos y de las travestis – no sabía dónde pertenecía. El maquillaje escondía la barba de la piel blanca y lisa y los labios en forma de manzana eran contorneados con un gloss claro. El corte del pelo, corto y deshilado, complementaba la belleza andrógina.
– Quiero juntar tres meses de alquiler para salir de casa y empezar a montarme – el discurso, en la velocidad de la cocaína – Yo necesito empezar a ser quien yo soy, pero no tengo coraje de herir a mi madre. Ella me acepta gay, pero travesti no va aceptar.
Pero yo necesito ser quien yo soy.
Otra nena la interrumpió para contar que, en la semana pasada, fue arrestada en la casa de un cliente que se negaba a pagar el programa. Para huir, tuvo que romper el portón con tanta fuerza que le explotó la prótesis de silicona en el pecho. Levantó la blusa para cerciorarnos con nuestras propias manos.
Pero, en la mayor parte de la noche, el aburrimiento.
Vida fácil, no hay – y quien inventó esta idea ciertamente nunca supo de verdad lo que es la prostitución. Los coches pasan y maldicen, tiran basura, los clientes negocian descuentos desdeñando de ellas y ellos. A veces, surgen policías corruptos extorsionando aún más dinero de ellas. Las piernas duelen equilibradas en los tacones; el frío y la lluvia, intransigentes. Una señora resilente de no menos de 60 años, con cara sufrida de abuela, espera hacer programa por limosnas hasta las cuatro de la mañana en callejones oscuros. La mayoría ni sabe si va a comer bien en aquella semana.
Y yo que morí de miedo del hombre en la moto.